¿Quién dijo que trabajar en domicilios particulares no tiene un punto de aventura? No es exactamente como en “Super Mario Bros” pero tiene su aquel.
El otro día, en el almuerzo, con colegas de diferentes “disciplinas” surgió el tema de cuantas anécdotas nos habían ocurrido en los trabajos a domicilio. Manolo empezó con las bravuconadas de siempre. De que si «a mí me han abierto la puerta en camisón y me han tirado los tejos», con que si «me llaman sólo para ver si hay temita». Ya sabéis, un mentiroso de tomo y lomo.
Inconscientemente me sonreí y pensé en el mal gusto que debía tener la clienta. El aspecto de Manolo era el que era. De esos que se les ve la hucha cuando se agachan y lleno de lamparones.
Ramón comentó, con su acento andaluz, la última anécdota que le había acontecido.
Llega a casa de unos señores para hacer una chapucilla. Cuando ya tienen claro el trabajo a acometer, saca su pañuelo y se lo pone a modo de gorro atado por las cuatro puntas. Carcajada general.
– ¡Ramón, por Dios, que los que venden gorras tienen que vivir hombre! Esto se lo dicen casi todos al unísono.
El trabajo consistía en hacer una instalación eléctrica bastante simple. Se pone manos a la obra y cuando termina llama a los señores de la casa
Mire “usté” esto “yastá” listo.” Vamo a probá”.
Todo ilusionado le da al conmutador del comedor. Ah ¡¡sorpresa!! En vez de encenderse la lámpara suena el timbre.
Aún resuenan las risas.
Que “e verdá pisha”, repetía. Los demás se partían la caja.
Bueno chaval, y tú que dices??. No tienes ninguna anécdota que contar??
– Anda, calla, calla- les digo. Anécdota no. Un trabajo de investigación. Voy a instalar una puerta de aluminio para un lavadero y ya observo al entrar que la familia era un poco rarita. Una señora muy mayor y su hijo . Imaginad. Mes de Julio y el chico iba con zapatillas de cuadros de esas de invierno y una bata de lana del Pirineo. Tuve un subidón de calor y me entraron picores por todo el cuerpo nada más de verlo.
Cuando entro en el lavadero no sabía por donde empezar. Por retirar la ropa del suelo, apartar trastos o simplemente largarme con la música a otra parte.
La señora no hacía más que rondar por donde yo estaba. Pensé que era por desconfianza. Que va. ¡¡Ojalá hubiese sido por eso!!Se acerca a mí y casi susurrante me dice:
-Joven, me puedes hacer un favor ??
-Si está en mis manos- le contesto.
-Verás, he perdido la dentadura postiza y me gustaría que me ayudases a buscarla.
-Hombre señora¡! No lo puede hacer su hijo??. . Me contesta que no. Y ahí me tienes, en busca de la dentadura perdida. Gracias a Dios no apareció a pesar de volver del revés el lavadero y la cocina. Me entraban escalofríos sólo de pensar que tendría que coger el objeto. Dime tiquis miquis pero me da repelo. En resumen y por lo visto, tal como me enteré más tarde, la señora había metido la dentadura mezclada con la ropa dentro de la lavadora. Desde luego limpia y centrifugada le saldría
Cómo todos empezaron a sonreír incrédulos les dije muy seriamente:
-Podéis creer lo que queráis, pero esto es verdad verdadera.
Las risitas persistían. En tono muy solemne les dije:
-Cómo parece ser que no os creéis lo que cuento, no os voy a explicar lo que me ocurrió en casa de una locatis donde las figuras del mueble eran gatos, pero gatos de los de verdad.
-Hombre, no seas así. Ahora no nos dejes con la incógnita.
-Ah no, ahora os quedáis con las ganas. Todavía me recorre un escalofrío por la espalda cuando lo pienso. Y ese olor……. indescriptible.
Pagué mi consumición y me fui dejándoles con las ganas y un palmo de narices. Así aprenderán a no reírse de las vivencias ajenas.
María Blanco