SUEÑO

El pequeño Tristán dormía en su cunita. En cambio, la pizpireta Carol correteaba incesantemente por el salón. En la calle, había dejado de llover.
– Carol por favor, vas a despertar a tu hermano – le dijo dulcemente Silvia a su hija.
La niña se detuvo un instante. Sus rizos negros le caían sobre la frente y los hombros, enmarcando aquella carita de piel rosada y ojos verdes. Miró a mamá y le dedicó la más grande de sus sonrisas. Silvia, llena de ternura, se levantó y cogió a la pequeña en brazos. Hundió el rostro entre el pelo de su hija y le susurró: “te quiero tanto… tú eres mi estrella”. Dos lágrimas recorrían sus mejillas.
Carol, volvió a sus juegos. Silvia le echó un vistazo a Tristán y, tras comprobar que seguía dormidito, se fue hacia la cocina. Sacó del bolsillo un teléfono móvil, recién adquirido. Rebuscó en sus pantalones un trozo de papel, en el que había apuntado un teléfono, bajo la palabra sueño. Marcó lentamente los dígitos y esperó.
– ¿Sí? – preguntó una voz femenina al otro lado de la línea.
– Hoy he tenido un sueño – contestó Silvia.
– ¿Y de qué trataba ese sueño? – sonó la voz de aquella mujer desconocida.
– Trataba de … – Silvia titubeó. No le salían las palabras. Estaba nerviosa. Separó el teléfono de su oreja y lo miró. No sabía qué hacer.
– ¿Hola?, ¿sigues ahí? Me gustan los sueños y me encantaría conocer el tuyo – se apresuró a decir la voz.
– Mi sueño trataba de la libertad – dijo al fin Silvia.
– La libertad es posible. Ocho de la tarde, frente al café Clarín.- Y se hizo el silencio.
Silvia, algo confundida, colgó el teléfono. Debía pensar con rapidez. Tomás no tardaría mucho en llegar. Debía encontrar un escondite para aquel móvil, tener lista la comida y, sobretodo, buscar una escusa convincente y creíble para poder ir al café Clarín. Eran casi las tres de la tarde.
Se puso a trastear en la cocina. Había preparado un guiso de solomillo con patatas y champiñones. A su marido le encantaba aquel plato. Si le apetecía, abrirían una botella de vino tinto y, con un poco de suerte, todo iría bien.
Estaba absorta en sus pensamientos cuando oyó abrirse la puerta de casa. Se quitó el delantal, se colocó la ropa y se atusó el pelo. Podía oír a Carol correr hacia los brazos de su padre.
– ¡¡¡¡Papá!!!! – gritó la niña.
– ¡Hola pequeñaja! – le dijo su padre, al tiempo que la recibía entre sus brazos – ¿Cómo está mi niña hoy?
Silvia entró en el salón y se acercó a Tomás lentamente, observándolo y midiendo cada una de sus reacciones.
– ¿Cómo ha ido el día, cariño? – le preguntó
– Con mucho trabajo, Silvia. ¿Está hecha la comida? – contestó
– Sí, por supuesto. Si te parece, ponte cómodo mientras yo acabo de prepararlo todo – iba diciendo ella, mientras se encaminaba a la cocina.
– Vale. Oye, esta noche he quedado para salir con José Luís y Marcelino. Iremos a cenar y a tomar unas copas. Así que esta tarde, echaré una siesta. – sentenció Tomás
– Esta bien – dijo Silvia. Su voz era casi un susurro – Si no te importa, y para que los niños no te molesten, saldré con ellos al parque e iré a casa de Rosa Mari a tomar un café.
– Pero no quiero que vuelvas tarde – y el tono de su voz dejó entrever una amenaza velada.
Silvia no dijo nada. Se dirigió a la cocina, preparó la mesa y mantuvo a fuego muy lento el guiso para que estuviera en su punto justo de temperatura. Tomás entró en la cocina ataviado con un pantalón corto deportivo y una camiseta vieja.
– ¿Te apetece vino? – le preguntó ella.
– No, prefiero una cerveza – contestó – ¿Qué hay de comida?
– Solomillo guisado con patatas y champiñones – respondió la mujer. Sirvió los platos y se sentó a la mesa.
Cuando hubieron acabado, Silvia recogió la mesa, metió los platos en el lavavajillas y fregó la cocina. Para entonces, Tristán ya se había despertado y Carol reclamaba su merienda. Algo azorada por el bullicio de los niños, se los llevó a su habitación y allí empezó a prepararlos para ir a jugar al parque un rato. Debía llamar a su amiga Rosa Mari.
Mientras, Tomás se había estirado en el sofá y dormitaba mientras veía un documental en la televisión.
Cuando Silvia se convenció de que ya estaba dormido, cogió a los niños y se dispuso a salir, no sin antes dejarle una nota a su marido.
“Tomás, como dormías no he querido molestarte. Me voy al parque con los niños y luego a tomar un café con Rosa Mari. No llegaré tarde a casa. Que te diviertas con tus amigos. Un beso”
Cerró tras de sí la puerta.

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